Utilizo esta sigla porque en un viaje que hice recientemente me topé con una situación para no olvidar; cuando reservé el hotel éste se veía muy agradable e incluso hacía pensar que era poco lo que se estaba pagando por lo ofrecido. Sin embargo, cuando llegué, encontré que no sólo no había comprado lo que me habían prometido, sino que la tarifa no era para nada económica en relación a lo que estaba recibiendo.
La decepción empezó al llegar a una de las habitaciones cuando encontré que las condiciones de orden y aseo distaban mucho de lo observado en la red. A fin de no indisponerlos, queridos lectores, ni me detendré a decir lo que vi.
Pero esto no es todo. Había comprado acceso a Internet de alta velocidad, pero no había tal. No sólo no era de alta velocidad, sino que no funcionaba de manera permanente, y cuando lo hacía era únicamente en una de las torres. No eran pocos los huéspedes que se estaban quejando en el mostrador sobre esta situación, pero lo que más los indignaba era la poca voluntad de las directivas del hotel para resolver el problema de un modo definitivo.
Pero no todo fue malo. Algunos colaboradores del hotel vieron mi frustración y me habilitaron una sala (creo que era el business center) para que me conectara todo el día y enviara las notas para esta publicación. Afortunadamente ningún otro huésped necesitó conectarse o infortunadamente no le dieron tal beneficio. En todo caso debo agradecer a aquellos muchachos que me resolvieron el inconveniente, me cambiaron de la habitación sucia a una más limpia e hicieron todo lo posible para que cada mañana encontrara un buen desayuno con el toque delicioso del dulce de leche argentino.
Quise aprovechar esta editorial para iniciar una reflexión sobre las consecuencias que tiene en la imagen de un hotel el incumplimiento de la promesa hecha al cliente. Sólo pregúntense si ustedes como huéspedes recomendarían un hotel en el que vivieron situaciones similares a la mía.
Hasta la próxima.
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