Brasil. El título de Mejor Edificio del Mundo, concedido hace pocos días cuando se falló el segundo Premio Internacional RIBA, sorprendió a propios y extraños. Y, sin embargo, esta escuela que alberga a 540 niños ejemplifica "la excelencia en el diseño y la ambición arquitectónica y ofrece un impacto social significativo", como se define este galardón bianual que desde 2015 sustituye al Lubetkin y al que aspiraban varias decenas de edificios excepcionales construidos en los últimos tres años.
Considerado el premio de arquitectura más riguroso del mundo, el jurado internacional presidido por Liz Diller (DS+R) se decantó por un proyecto extraordinario que tenía muchas papeletas para pasar desapercibido en un mundo que a veces se parece demasiado porque siempre lo diseñan los mismos.
En este caso, no fueron grandes nombres propios sino el estudio fundado en Curitiba por dos treintañeros que tomaron de Borges el infinito y la nada del número cero para cambiarles la vida a centenares de chavales que no pueden desplazarse a diario para ir a la escuela y demostrarles que los conocimientos de sus antepasados, actualizados con Ciencia y Tecnología, valían más que el resplandor del vidrio, el acero y las máquinas de aire acondicionado.
Tierra y madera de eucalipto
Retada por su propio emplazamiento y limitada por la escasez de infraestructura, la Aldea Infantil se construyó siguiendo técnicas locales -ladrillos fabricados con la tierra de la fazenda, paredes flotantes como las de las casas tradicionales de la región-, tirando de materiales del propio lugar, así como con elementos prefabricados ensamblados in situ.
El resultado, en el que predomina la madera de eucalipto, es un espacio orgánico con una superficie de casi 25.000 metros cuadrados organizado en dos complejos idénticos, uno para niñas y otro para niños, que albergan cuartos con tres literas, donde antes dormían hasta 40. Las paredes perforadas y transpirables permiten una ventilación natural cruzada, por lo que no se necesita aire acondicionado pase a que las temperaturas rocen los 45ºC. Dispuestos alrededor de patios sombreados, el primer piso cuenta con espacios comunes flexibles que albergan desde hamacas a salas de televisión y lectura.
Y aquí, como en el libro, lo esencial es invisible a los ojos. La Aldea Infantil, en funcionamiento desde 2016 gracias al patrocinio de la Fundación Brandesco, no sólo es rentable y sostenible, sino que da respuesta a la comunidad a la que sirve y por esa sensibilidad "a su entorno local y su capacidad de respuesta a las necesidades particulares" es el mejor edificio del mundo.
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